julio 08, 2010

'Antes y después de Babel' (texto M. Nieves Cáceres)

“…deberíamos de preguntarnos qué tipo de terror construyó las torres,…”
Arturo Leyte

Aún, en pleno siglo XXI, el mito inabarcable de Babel nos persigue, seguimos anclados en la de-construcción, a exilios y a procesos migratorios como propósito constante, como norma común de la humanidad. Seguimos reiterando la caída de una torre.*
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José L. Luzardo nos presenta el proyecto de una inmaculada torre que no habla - sólo - de Babel, sino que juega a marcar o delimitar un lugar (donde) además de otorgar a esa ubicación concreta la habilidad de confrontar palabras (el don del pensamiento como privilegio). Podría decirse que esa “perfecta” torre: Don-de Babel, es donde estamos inmersos; porque nunca antes, hasta hoy, se había podido mantener su estructura, al carecer de las herramientas necesarias que nos permitieran materializar el edificio y/o la construcción. Aunque ahora, frente a tanto avance tecnológico sean otras las carencias; pero Babel no es sólo la fachada ni la estructura porque el don de Babel lo constituyen las lenguas, los procesos migratorios que hacen realidad la leyenda. Ya nos decía Wittgenstein que el lenguaje nos condiciona: “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Nuevamente la ubicación concreta, desde don-de hablo conforma una torre: la pirámide del poder (el nivel alto devora al nivel bajo, como construcción favorecedora para el poder onnipresente, constituyendo el nivel bajo la base que sostiene al mundo). Así, teniendo como base el poder en toda su magnitud destructiva, podemos realizar distintos paralelismos frente al concepto Torre. Asimismo la torre puede ser un gran falo que confronta sexualidad-fertilidad, como tótem simbólico cercano al terreno espiritual, de ritos o religiones, o un elemento que reflexiona en torno a la trasmisión del virus del SIDA, entre otras diferentes pandemias que acechan el “mercado” sanitario mundial. También se puede observar la torre como al planeta tierra, con sus diferentes posiciones de actuación entre el Norte y el Sur; como una deidad vigilante y castigadora o un arma de protección y seguridad frente al otro. A sabiendas que toda torre que practique el exceso de fortificación no es más que la punta del iceberg de una sociedad cimentada en el miedo, por lo que la torre, muchas veces, se convierte en un monumento a los difuntos, siempre a instancias del derribo… Cualquier tema político-social puede verse reflejado en ese “blanco pastel” ascendente, como el de las drogas, por ej., que ya decía W. Bourroughs: “hay muchas pirámides de la droga alimentándose de las gentes del mundo y todas construidas sobre los principios básicos del monopolio”. El gran círculo autónomo con el que Luzardo nos interroga se alimenta de muchas realidades.
La Obra tan pronto parece real como irreal dado el pertinente cambio de luz que enaltece letras como destellos hacía geografías dispares. El lenguaje “flota” en ese mundo abstracto que es la torre como una promesa por llegar; desmoronando conceptos al borde del abismo. El simbolismo de Don-de Babel nos conduce al pensamiento. Ahí radica el misterio: en la palabra

20 formas de desplazar una torre. La hipótesis de Babel. Juan Barja, Julián Jiménez Heffernan. Ed. Abada

M. Nieves Cáceres